El embarrancamiento del destructor D-36 Ariete

10 noviembre, 2007 a las 12:53 am | Publicado en Barcos, Marinas de Guerra, Naufragios y accidentes marítimos | 30 comentarios

Han pasado más de 41 años desde que el destructor D-36 Ariete, de la clase Audaz, que navegaba de Ferrol a Cartagena, fue sorprendido por olas de 12 metros. Llegó hasta las islas Cíes, frente a Vigo, pero el viento roló súbitamente y lo empujó de nuevo a Carnota, 60 kilómetros al norte. El tripulante de un petrolero murió al intentar remolcarlo. También fracasó la fragata F-42 Legazpi, uno de cuyos marineros perdió un brazo. El Ariete se fue hacia tierra y encalló a 200 metros de la costa. Era la última hora de la tarde.

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Destructor D-38 Intrepido de la misma clase que el D-36 Ariete

Esa tierra era la punta rocosa de la playa de Ardeleiro, en el extremo de la llamada Costa da Morte, donde para conmemorar el 40 aniversario del embarrancamiento, se reunieron 48 hombres ya jubilados, con visera de la Armada y un espíritu de pandilla juvenil que les hizo gritar mientras se sacaban la foto: «¡Viva el Ariete, que vale por siete!». Los 48 formaban parte de los 166 tripulantes de la fragata Ariete, de la Armada, que en medio de un furibundo temporal encalló junto a la playa de Ardeleiro, el 25 de febrero de 1966. La población de Lira se echó al mar y logró rescatar con vida a todos, una gesta que le valió a Carnota la consideración oficial de pueblo humanitario.

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Supervivientes del naufragio del destructor D-36 Ariete reunidos en el homenaje en Carnota (A Coruña)

Decenas de hombres y mujeres acudieron a la playa, y entre el fuerte oleaje que embestía las peñas, ayudaron a enganchar el cabo tras horas de desesperación. Al caer la noche, dos tractores iluminaron la costa. Como el Ariete había perdido los botes salvavidas, la tripulación se las ingenió con unos grandes canastos que había a bordo para deslizar a la gente a tierra. «Las mujeres se ataban sacos a la cintura para aguantar la presión. Había tal compañerismo que nadie quería ir primero», relata Mendoza. «Al llegar a la playa, volaban las botellas de coñac que habían traído los vecinos».

Fuentes: Revista Naval y El Pais

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